El invierno de los farones / Óleo sobre tela / 172 x 132 cm / 2015 |
AIRE
Un paisaje nevado en la desolación de un final incierto, hemos llegado al punto del vacío y no sabemos ni en dónde ni cuándo. Antonio Luquín pinta el elemento Aire en las ruinas de la civilización, en primer plano hay una contradicción, una rebelión del destino, unos frutos rojos penden de una rama seca. En una situación extrema, en la absoluta decadencia algo surge como un estallido, la vida no está sujeta a nuestras pasiones, ella como el Aire es inasible y omnipresente. El Aire de Luquín invade, se apodera, gobierna con su trasparencia, es un habitante de un paisaje inventado, de una ficción que existe sólo en la pintura.
ANTONIO LUQUÍN
Es autodidacta, trabajaba en el archivo iconográfico mexicano del siglo XX del INBA. La observación constante de las obras lo motivó a pintar. Hasta que se atrevió a dar el salto, renunció el 30 de abril de 1990 y el 1° de mayo de ese año, a las 9 AM, comenzó a trabajar para su obra, para él mismo.
Paisaje, ficción y nostalgia
Muchos años antes de empezar a trabajar de una manera sistemática como pintor, ya privilegiaba imágenes cuando tomaba fotografías. Es decir, estaba en los suburbios de la Ciudad de México y señalaba ciertos lugares. Hay una foto que he usado muchas veces que es del antiguo Hotel de México visto desde el hoyo de una pared, ahí donde pasaba el tren, del otro lado del Periférico. Esas eran las imágenes que iba rescatando. Tengo un archivo de fotografías vitales. Sé dónde está esa pared, sé dónde está aquel edificio, sé donde está aquel árbol. Lo que hago es recoger las imágenes, es un mosaico, un rompecabezas. Desde que estaba estudiando Historia del Arte me interesaron los trabajos de los románticos; por ejemplo, el cuadro La isla de los muertos de Arnold Böcklin o La abadía en el robledal de Caspar Friedrich. Son autores a los que soy afín, siguen la poética de las ruinas. El cuerpo de mi obra es lo que queda de una época: el último día de la creación o el último día de la civilización es el que me interesa… incluso escenografías de películas como Mad Max o Blade Runner.
Cementerios de la civilización
La modernidad es un producto con fecha de caducidad. El progreso, la ciencia, los últimos adelantos se vuelven detritus en muy poco tiempo y eso es parte de la nostalgia, el rastro de la civilización. Me emociona mucho visitar la zona 33 del aeropuerto. Es un cementerio de aviones donde tienen abandonados aviones que volaban hace diez o quince años y ahora son basura. También podemos sentir todo el ambiente. No todos hemos viajado en avión pero estos orgullos de la ciencia se vuelven un chicle en el suelo. Tenemos cementerios de computadoras. En realidad, son muy pocas las cosas que duran, solo las pequeñas y antiguas, como el piano que está aquí. Creo que el paisaje es un retrato espiritual de quien lo pinta, yo siempre estuve interesado en el paisaje. Por supuesto, todo esto es desde José María Velasco, que es el paisaje El Valle de México en el siglo XIX. Después vienen los paisajes ideológicos de Rivera o paisajes asfixiados de O`Gorman, llenos de personajes y de lecciones que tenemos que aprender. Todo eso me interesaba, pero no era la síntesis de todo aquello, tenía que encontrarme a mí mismo, a mi paisaje.
El elemento Aire en El mural del Milenio
Están los cuatro helicópteros del Apocalipsis. El Aire es esa atmósfera apenas abatida por las aspas de los helicópteros y el viento es producto de las hélices. No es raro que aparezcan cúpulas de iglesia en mis obras, edificios que con todo el orgullo de la arquitectura ya parecen ruinas o cosas semiconstruidas o abandonadas en el acto de ser elegidas. Dividí el cuadro en tres secciones. La parte de arriba son las frutas rojas, ya maduras, que eran amarillas. Estaba pensando mucho en el ambiente que vivimos, degradado, de descalificaciones, de violencia verbal, y es lo que está en la parte superior de la composición; es un mundo de propuestas e ideologías que se expresan de manera muy torpe. En la parte de abajo están las piedras, son otra arquitectura de la que salen raíces, pero raíces ¿de qué? Es como si el tronco de la composición se hubiera hecho transparente entre el monólogo delirante de la murmuración, del ruido y el discurso petrificado de abajo. Está el Iztaccíhuatl y no el Popocatépetl porque falta que nos impregnemos de lo femenino para evitar encuentros violentos. Es un invernadero, a pesar del hielo se siente el calor, es un oxígeno difícil de respirar; aunque respiramos de él, vivimos con él. Es el Invierno de los faraones. Lo llamé así porque todas las civilizaciones entran en un periodo de gran auge, pero frente al gran auge están los síntomas de la degradación y de la ruina futura de todo ese orgullo que nos presenta el mundo moderno.
Periódico intervenido / Óleo sobre papel (Diario Extra) / 41 x 28 cm / 2015 |
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