Saxofonista en llamas / Óleo sobre tela / 170 x 130 cm / 2015 |
FUEGO
Un saxofonista en llamas se eleva como una flama hacia un firmamento incendiado. Jazzamoart tiene el elemento Fuego en la música, el ritmo y la composición clásica de José Clemente Orozco. La infinita improvisación de la partitura de sus pinceladas hace vibrar a la pintura y no se detienen, no tienen un punto de partida o un final. Esta pincelada es uno de los sellos inconfundibles de la obra de Jazzamoart, es una inmersión profunda, que continúa en la seducción del color. El saxofonista se va a consumir tocando así como el pintor se consume en su obra, ese Fuego es el ímpetu de la creación. Un Fuego que se autoalimenta, que se hace fuerte con el ritmo, inextinguible como la música.
Un saxofonista en llamas se eleva como una flama hacia un firmamento incendiado. Jazzamoart tiene el elemento Fuego en la música, el ritmo y la composición clásica de José Clemente Orozco. La infinita improvisación de la partitura de sus pinceladas hace vibrar a la pintura y no se detienen, no tienen un punto de partida o un final. Esta pincelada es uno de los sellos inconfundibles de la obra de Jazzamoart, es una inmersión profunda, que continúa en la seducción del color. El saxofonista se va a consumir tocando así como el pintor se consume en su obra, ese Fuego es el ímpetu de la creación. Un Fuego que se autoalimenta, que se hace fuerte con el ritmo, inextinguible como la música.
JAZZAMOART
Reunió su obra en un libro con los elementos más determinantes que nos describen su trayectoria, paisajes, influencias, homenajes, variaciones, animales, el ejercicio urgente de pintar. La presencia del jazz es la filosofía del movimiento en su trazo.
Continuar el cuadro eterno
Pintar es un espejo en el tiempo, en la historia, las pasiones, las coincidencias y las imaginaciones que tengo cuando estoy en algún museo enfrente de un cuadro equis de Rembrandt o de Goya. Me pongo a pensar cómo lo pinto y casi por la técnica o por la manera de conocer el oficio sabes hasta los gestos y los movimientos que hizo, la coreografía de la brocha o del pincel sobre la tela. Me apropio de esto, porque justamente cuando sientes y te inunda, te emociona la pintura de otro, lo siento como si lo hubiera pintado yo, y luego ya en el taller pintas a la manera de, pero con tus convicciones y tu propio discurso. Es un ensayo eterno, un estudio eterno de todos los pintores, no solo los clásicos renacentistas, de todos los grandes maestros anteriores a nuestras generaciones y que siempre seguirán siendo maestros inspiradores, motivadores y sobre todo un gran pretexto para seguir jugando con lo que ellos descubrieron y nosotros redescubrimos.
Hablar con los mitos
Hablo con los fantasmas, es la convivencia de verlos primero en los libros y luego ver su obra en vivo. Cuando estoy visitando a cualquiera de estos artistas, después de estar en el museo llego al cuarto de hotel y me pongo a pintar y a dibujar. Es una urgencia, como si me acabaran de dar mi paquete de droga y ahí voy corriendo a disfrutarlo, a consumirlo antes de que se me vayan todas las ideas que se me ocurren en esa convivencia. Es como si los conocieras, como si te encontraras con viejos amigos, con colegas, con tus maestros. Invento diálogos, de repente me imagino que llegan Goya, Velázquez, o Picasso, todos los admirados, y se plantan en mi taller y platicamos de cómo le estoy dando en la madre a su trabajo, o nutriéndome, o invento cosas que hasta son muy atrevidas pero que son ciertas. ¿Qué pasaría si llegara Rembrandt y viera lo que hago basado en su claroscuro y en sus cuadros? A lo mejor diría: “así quería pintar”. Eso suena muy osado para mí, mejor va a decir: “pinche Jazzamoart, ya se te subió”.
Terminar la variación
El engolosinamiento te lleva a seguir embarrando y metiendo, algunas veces te pasas, y otras te falta. Terminas un cuadro cuando lo firmas y dices: “bueno, ya, hasta aquí”. A lo mejor haces alguna corrección, pero hay cuadros que están logrados en su justo momento, igual que una improvisación de jazz que lo dice todo en esos diez minutos de desarrollo de un tema y ahí se acaba. Es difícil de medirlo, es la emoción, las ganas, o el momento, la gasolina que traes para pintar lo que te mueve. Las salpicadas, las chorreadas y los brochazos aparentemente de gran libertad, también son de gran rigor y de gran ejercicio de la brocha durante muchos años. Como digo, las horas brocha son las que te dan que puedas pintar. Un oficio es trabajar y trabajar hasta que lo dominas. Mi trabajo es una misma obra de pintura y de música que toco toda la vida hasta que me lleve el carajo. Empecé en los años setenta, cuando nació Jazzamoart hijo y a partir de ahí he pintado la música por fuera, por dentro, la anécdota, y ha habido una evolución de cómo congelar ese sonido.
El elemento Fuego en El mural del Milenio
En esta pintura traje ese escorzo y ese gran personaje de El hombre en llamas de Orozco. Es extraordinario ver cómo rompe la cúpula del Hospicio Cabañas y se va a viajar. En lugar de El hombre en llamas es un saxofonista prendido, es un Charlie Parker en llamas que se va al infinito con todas sus drogas, sus mujeres, sus pasiones, pero ante todo con su genio creativo. Lo congelo en pintura y lo enciendo de otra manera; es la cuestión incendiaria de la pintura. Más allá del discurso ideológico y de lo que significa ser incendiario, es literalmente incendiar el color, incendiar la pintura, embarrarla con Fuego, con pasión, y sentir que prendes la obra, que te prendes tú y que espero que prenda al espectador que lo ve.
Periódico intervenido / Acrílico sobre papel (Diario Extra) / 41 x 28 cm / 2015 |
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