sábado, 27 de julio de 2013

Lucía Maya

El final (The end) / Óleo sobre tela / 126 x 156.5 cm / 2013

Viajera incansable, se va por el mundo buscando escenarios que coincidan con lo que ella inventa e imagina en su pintura. Vive en Guadalajara, Jalisco, y experimenta con técnicas digitales sin abandonar a la pintura y el dibujo. Trabaja en silencio y nunca ha pintado sus sueños, sus imágenes son diurnas y de su interior. Atribuye su intensa actividad a que no tiene un esposo que la distraiga y le quite el tiempo.

El final (The end)

La tierra se une al cielo en un horizonte de luz que resplandece en una lejanía inalcanzable. En este paisaje de Lucía Maya vemos en el primer plano el tronco muerto de un árbol que ha sido sacrificado. El rojo intenso nos delata un incendio, esa criminal practica de quemar los bosques. La presencia de este árbol es la soledad del que sobrevive, el testimonio del héroe vencido. El rojo casi fosforescente vibra como un grito que nadie escucha en la inmensa desolación sin bosque, sin vida. Lucía Maya pinta sobre el tronco a un pequeño pájaro que le hace compañía a este árbol vencido, que le canta a su nido perdido, juntos sobreviven a la tragedia, juntos seguirán en su afán por darnos vida, aunque no merezcamos ese regalo divino.

Periódico intervenido / Óleo sobre papel (Diario Extra) / 41 x 28 cm / 2013

sábado, 20 de julio de 2013

Rodrigo Cifuentes

El agua para el molino, para el estómago el vino / Óleo sobre madera / 80 x 120 cm / 2013


Se exilió en la ciudad de Querétaro huyendo del caos del DF. Nació en 1980 y quería ser arquitecto y su abuelo, como la esfinge, le vaticinó que sería pintor. Se reúne con un grupo de colegas, comparten secretos técnicos, experiencias y se critican para mejorar. Con aplomo, dice que pinta lo que quiere: “Tenemos la responsabilidad de ser lo que queremos. Si haces una comisión es porque aceptas, porque te interesa, ya no es necesario ese complacer a alguien más, ya es el capricho del pintor”.

El agua para el molino, para el estomago el vino

El arte deja herencias que toman otras generaciones, y esto hace que la obra adquiera otras dimensiones. Inspirado en José de Ribera y su tenebrismo la pintura de Rodrigo Cifuentes hace de este bebedor un ser siniestro con máscara y corona de flores. Este esperpento que viene del pasado y se actualiza con la careta de plástico y el vestuario está pintado con un cuidado casi neurótico, con barnices impecables y una composición que logra que el brazo del personaje se prolongue fuera del lienzo. La técnicas pictórica de Cifuentes recupera la estética de José de Ribera estudiando el uso de las bases y las imprimaturas, el contraste de la luz unitaria y la oscuridad de las paredes da volumen corporal al personaje, cobrando el protagonismo de una aparición inesperada.

Periódico intervenido / Óleo sobre papel (Diario Extra) / 41 x 28 cm / 2013


sábado, 13 de julio de 2013

Víctor Rodríguez

Giant 10 stripes white / 295 x 198 cm / 2011

Vive y trabaja en Brooklyn, Nueva York, y nació en la Ciudad de México, en 1970. De vocación voyeurista pinta mujeres que son un arquetipo que se convierte en un pretexto pictórico. Escucha audiolibros mientras pinta y afirma que así se está reeducando. Se sumergió en En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y ahora escucha ensayo literario. Dice que busca crear un “lenguaje pictórico, universal, muy fácil de absorber y de entender”, que nunca se sintió cómodo haciendo cosas que requerían de una explicación sofisticada.

Giant 10 stripes white

La figura humana es un pretexto para la creación. Al reproducirla esta rebasa su propio origen, su estado inicial y se convierte en otra cosa, en otra idea, es un estado distinto. Las mujeres que Víctor Rodríguez pinta dejan su condición humana, son un vehículo para analizar el color y la forma, para desprender del hiperrealismo a la interpretación y la alteración. Una trayectoria en el gran formato, en el que la pincelada limpia y precisa, con colores violentos y deslumbrantes hace de la realidad una ficción delirante. Fragmenta el color de la imagen, lo aísla, creando dos pinturas dentro de una sola. La presencia femenina es una dualidad que manifiesta la lejanía de la pintura y el realismo fotográfico.

Periódico intervenido / Marcador sobre papel (Diario Extra) / 41 x 28 cm / 2013



sábado, 6 de julio de 2013

José María Martínez

El conejo de Alicia en México / Óleo sobre tela / 127 x 66.7 cm / 2012

Nómada, recolecta a su paso paisajes, imágenes e historias para llevarlas al lienzo. Nació en 1974 en el pueblo de Jilotzingo, en el Estado de México. Sus inicios en la pintura y el dibujo fueron autodidactas y precoces. La enfermedad del cuerpo y de la sociedad le inquietan, pinta mujeres con los senos mutilados por el cáncer o golpeadas por una violencia ya tradicional en la descomposición que nos rodea. En otras ocasiones se detiene en la paz de naturalezas muertas minimalistas: una tortilla, una tuna.

El conejo de Alicia en México


Las fantasías son aplastadas por la crueldad. Una naturaleza muerta evoluciona a metáfora de la de la depredación. En una sociedad en la que sobrevive el más fuerte las victimas ya no evocan la compasión, son trofeos de caza, son evidencias de la fuerza del otro. José María Martínez Hernández cuelga a un conejo y lo despoja de su piel. En un fondo negro la luz rodea la cabeza del sacrificado animal, para que veamos lo que el pintor señala. La pintura se llama El Conejo de Alicia en México, es decir, aquí entre la violencia, la primera víctima son los sueños, las juegos infantiles, la evocación de un mundo de historias sin consecuencias mortales. La pintura cuidadosa de este despojo, de este ser sin vida, es un homenaje a la delicada estructura de nuestra paz.

Periódico intervenido / Óleo sobre papel (Diario Extra) / 41 x 28 cm / 2013